Agua Dulce - Adrián Portugal
- Título del libro: Agua Dulce
- Autor/a: Adrián Portugal
- Año: 2024
- Editorial: La Luminosa
- Fotografías: Adrián Portugal
- Textos: Christian Bendayán
- Dirección Editorial: Julieta Escardó / Eugenia Rodeyro
- Diseño gráfico: Lala Rebaza, Christian Bendayán, María Victoria Almonacid
- Laboratorio digital: Bob Lighttowler
- Medidas: 15cm x 22 cm
- Número de páginas: 84
Sobre el libro
El libro resultó ganador del Premio Publicación La Luminosa Felifa 2023, auspiciado por AKIAN GRÁFICA. El premio convoca desde el año 2011 a artistas de América Latina. Las maquetas finalistas se exhiben en distintas ferias y festivales y el proyecto ganador es publicado en una edición de 300 ejemplares.
El jurado estuvo conformado por Juanita Escobar, Eduardo Stupía y Ezequiel Cafaro.
Recuerdo de Aguadulce, por Adrián Portugal
Aguadulce, la playa más popular de Lima, tiene el agua salada. Lo que parece una contradicción, puede verse como una señal de que en este lugar las cosas funcionan con una lógica distinta: la de un territorio libre, como en el mundo al revés de los antiguos carnavales. Cada quien será quien quiera ser y se llevará de recuerdo un retrato en un crucero en las Bahamas, o rodeado de animales en la selva amazónica. Frente a escenarios de fantasía, la arena es terreno fértil para el amor, y el agua para la libertad. Los recuerdos de los bañistas desfilan ante nuestros ojos convertidos en tatuajes que respiran en la piel dorada por la mezcla del sol y el agua salada de Aguadulce.
Aguadulce, néctar de verano, por Christian Bendayán
Aguadulce, agua del mar, agua del río, agua de la multitud, de los miles de provincianos que venimos a refrescar las esperanzas y los cuerpos con la familia, con los patas y con la pareja para ser felices como en ninguna otra parte de la capital. Calor de un verano sin fin, muchachos en calzoncillos, abuelas en bata, hombres con pantalón y camisa, travestis chabuqueados, chicas con vestido y casaca, niños calatos que se meten al agua como quien entra en su casa y encuentra un parque de diversiones, pues aquí somos lo que somos y nada se oculta bajo este sol apasionado que sella promesas de amor eterno tatuadas en la piel. Tal vez no exista sueño de caos y libertad más maravilloso que el de una tarde de verano en Aguadulce, con su arena abarrotada de colores, sabores y gente buscando un pedacito de mar.
En ese embrollo brillante de pieles, sonrisas y miradas, esquivando sombrillas, toallas y pareos, anda perdido Adrián Portugal hace algunos veranos, persiguiendo momentos antes que se diluyan como la espuma del mar y haciéndolos perdurar como lo hacen las canciones de la nueva ola. Adrián es un fotógrafo más entre la multitud de esta playa, retratando incluso a los retratistas, a los fotógrafos que llegan cada verano empujando escenografías ambulantes de paisajes selváticos con guacamayos y chimpancés, o de mar azul con lujosos cruceros y delfines saltando en simétrica coreografía gracias a la magia del Photoshop. Estos lienzos de delirante imaginario pop/ular son el escenario del retrato romántico o familiar que perdurará como recuerdo de una tarde feliz, y la prueba del ilimitado ensueño que rige en esta playa.
Hermosas sirenas posan recostadas en la arena ante las cámaras del artista popular, quien venera toda belleza y no cree en los paradigmas estéticos que nos vende la publicidad y exige el circuito artístico oficial; y es que en Aguadulce solo hay espacio para la verdad y la libertad, ahí está lo lindo: en el goce a plenitud, en la carcajada, en el chape loco sin roche, en el reggaetón que marca el ritmo de los corazones. Ahí está lo rico: en el helado turquesa y en la cerveza fría como las olas que mojan a las sirenas en la orilla y golpean los pechos de quienes buscan bucear en este sacramento. Aquí el tiempo se detiene, las pelotas se elevan al pálido cielo y caen lentamente como el sol al sumergirse en el horizonte; es entonces cuando se hace eterno el dulce beso de manzana confitada de quienes declaman sus sentimientos en una tarde de verano en Aguadulce que se va con las olas en un plato descartable que flotando se pierde como un barquito en la neblina o el crepúsculo que viene pronto a cobijar la ciudad.